A todos nos costó aprender cómo se escribía. Primero tuvimos que usar los favoritos pero poco a poco se hizo un hueco en nuestro vocabulario. Surgió como un buscador y al principio era casi mágico, parecía que leía el pensamiento.
En cuanto comenzó a recaudar dinero (incluso antes, pero sobre todo desde su espectacular salida a bolsa) empezó a extender sus raíces por muchos campos. Son raíces y no tentáculos porque no son nada agresivos y suelen ir “por debajo”, sin que se note. Revolucionaron el mundo con el correo electrónico con su toque personal, con su sistema de mapas (impresiona Street view), con su página de blogs y sobre todo con su sistema de búsquedas con la publicidad “inteligente”, es decir, presentan anuncios relacionados con lo que se está leyendo/buscando y que es su principal fuente de ingresos (y más servicios que no cito por cuestiones de espacio). Me estoy refiriendo a la cada vez más “goorda” Google.
Apenas reparamos en ellos pero ahí están: los códigos de barras, presentes en casi todos los productos, nos hacen la vida un poco más fácil (haciendo por ejemplo que al adquirir un artículo éste sea localizado de manera rápida, precisa y unívoca). Este código almacena la información basándose en la representación de un conjunto de líneas paralelas verticales de distinto ancho y espaciado según los datos a codificar.
Como todo evoluciona, ya se están popularizando otros códigos para representar la información. Uno de ellos es el código QR (Quick Response Code o código de respuesta rápida) que es de forma cuadrada (ver imagen) y almacena la información en una matriz de puntos o dicho de otra manera, es como un código de barras bidimensional. Fue inventado por la empresa japonesa Denso-Wave para el control de sus líneas de producción.
Dicen los gurús de Internet que, a pesar de sus 20 años recién cumplidos de existencia, solo disfrutamos de la punta del iceberg de los servicios que puede ofrecer. Uno de los conceptos que más empiezan a sonar es el “Cloud computing” u ordenadores en la nube y en los próximos años será una realidad usada por todos.
Este concepto va estrechamente ligado al de “Software como servicio” (es decir, programas que se venden como servicio frente a productos “empaquetados” como lo son ahora). Estos servicios se ofrecen a través de Internet y se entienden mucho mejor con un ejemplo:
Una de las estrellas indiscutibles de las pasadas pero aún recientes navidades para todos los amantes de los regalos tecnológicos han sido los ultraportátiles o minipcs. Todos nos hemos sorprendido viendo cómo algún amigo, familiar, pareja o vecino se ha comprado uno (o se lo ha traído Papá Noel o los Reyes Magos, según tradición). Hace apenas unos meses casi nadie sabía lo que eran y hoy están en por todas partes. Incluso los operadores de telefonía los ofrecen como complemento a sus tarifas de conexión a internet móvil y esta tendencia se reforzará aún más a lo largo del recién estrenado 2009.
¿Me creerían si les digo que conozco a personalidades tan dispares como Bill Gates, Zapatero, Rajoy, Donald Trump, Steve Jobs o Richard Gere? Probablemente no, pero… ¿y si les digo que conozco a gente que los conocen? Seguro que sí (en base a la teoría de los seis grados). ¿En qué consiste esta teoría? En que cualquier persona del mundo está conectada con cualquier otra a través de no más de seis individuos. Según afirman, cada persona conoce en media a 100 personas entre amigos, familiares, compañeros de trabajo, etc. Si cada una conoce a 100, se puede pensar que a través de un conocido podremos llegar en un segundo nivel a hasta 10.000 personas (100×100). En un tercer nivel serían otras 1.000.000 personas y así sucesivamente hasta un billón en un sexto nivel.
Para los pocos que no lo recuerden, KITT era “el coche fantástico”, el automóvil protagonista de una serie de TV de los años 80 a prueba de balas, que podía conducir solo y hablar y estaba dotado de una extraordinaria inteligencia artificial (que incluía sentido del humor). Era el bólido que a todos nos gustaría tener en el garaje (o mejor aún: que querríamos dejar en la calle para que él solito se buscase un sitio para aparcar).