Es muy probable que muchos de ustedes se hayan comprado las pasadas Navidades un lector de DVD para el salón, un grabador DVD de sobremesa, un DVD-Portátil o una grabadora de DVD para el ordenador. Todavía están disfrutando de su nuevo “juguete”, pagando los plazos, apreciando la inherente diferencia de calidad sobre el ya antediluviano VHS, disfrutando de los extras de las películas, de no tener que rebobinarlas, de los diferentes idiomas que (a veces) están disponibles… Y si hablamos de DVDs para uso informático, pensamos en soportes de almacenamiento en los que caben más de 6 CDs en cada uno que nos parecen casi imposibles de llenar (aunque créanme, se llenan). ¡Qué maravilla! Creemos que ya estamos “a la última” y de repente nos comunican la noticia: ese capricho que nos concedimos es la última incorporación a la siempre creciente lista de tecnologías en vías de desaparición, es decir, como los dinosaurios, el DVD ha empezado a extinguirse ¡por obsoleto!