Vivimos en una sociedad cada vez más hiperconectada en la que, gracias a la tecnología, podemos hacer más y más cosas en cualquier lugar pero, curiosamente, tenemos menos tiempo para hacerlas. “No tengo tiempo” parece haberse convertido en un mantra para muchas personas.
Estamos rodeados de dispositivos que continuamente están haciendo ruiditos por las incesantes notificaciones de WhatsApp, correos electrónicos, avisos de redes sociales y otras aplicaciones. Queremos estar informados de todo y saber qué ocurre inmediatamente y también responder tan rápido como sea posible, casi como si participásemos en un concurso.
Tenemos la sensación de que, sobre todo pensando en el ámbito laboral, responder rápido demuestra dedicación, seriedad, fiabilidad y, en general, que somos buenos profesionales. En parte es cierto (no voy a negar que tener una respuesta a una consulta que envío en un breve plazo me gusta) pero, por otra parte, poco a poco empezamos, incluso inconscientemente, a exigir esa rapidez en las contestaciones y ya no las vemos como algo bueno sino algo normal y, la no-inmediatez como algo malo.