El otro día estuve releyendo una revista de mediados de 1995. En ella se describía cómo acceder a Internet por aquella época. Había pocos proveedores y las conexiones eran lentas (módems de 14.400 bps frente a una ADSL actual de 1 Mbps=~ 1.000.000 bps) y “caras” (descargar un programa de pocos “megas” podía llegar a costar del orden de 15.000 pesetas, a lo que sumar el coste de las “llamadas a Internet” que eran sólo locales si se vivía en Madrid o Barcelona).
Poco a poco comenzamos a dejar atrás las entrañables fiestas navideñas. Es muy posible que Papá Noel (o los más autóctonos Reyes Magos) nos hayan dejado debajo del árbol “con la colaboración” de familiares, nuestra pareja o amigos, un móvil nuevo que queramos usar en todas partes y a todas horas.
Uno de los sitios (se me ocurre otro, pero no procede en esta columna, quizá si Miguel Font continúa cierta serie de artículos…) donde no podremos utilizarlo es en un avión. Nada más sentarnos se nos comunica que el teléfono debe estar apagado desde el cierre de puertas hasta la llegada a la terminal de destino (aunque a veces haya despistados que los dejan encendidos, como vez que una señora sentada a mi lado a medio vuelo me pidió si le podía cambiar la tarjeta SIM de su móvil… ¡y no lo había desconectado!).
En los orígenes de Internet cada equipo conectado se identificaba únicamente mediante unos ciertos números únicos en la Red llamados “dirección IP” de la forma número.número.número.número (por ejemplo 10.11.12.13). Entre ordenadores esta forma de comunicación es muy práctica y unívoca, pero nuestras mentes humanas no están acostumbradas a tener que recordar tantas cifras. Por ello se creó un servicio transparente para el usuario que lo que hace es permitir asignar a cada sistema un nombre “fácil de recordar” de la forma dominio.extensión –por ejemplo aproin.com- que algún servidor intermedio se encargue de traducir este nombre a su dirección IP final cuando nosotros lo invocamos, que es en último término cómo se intercambian los datos por Internet: entre ordenadores con IPs concretas.
Hace no demasiados veranos que se ha colado en nuestro equipaje un nuevo pasajero electrónico sin hacer demasiado ruido y que ya se perfila como un compañero muy importante a la hora de llegar a nuestro destino de viaje a la primera (sin menospreciar por supuesto las valiosas indicaciones que nos pueden dar los que viajan con nosotros, sean amigos, nuestra pareja, familiares, vecinos o simples autoestopistas). Estoy hablando de los equipos GPS.
¿Quién podría pensar hace apenas 4 años (una eternidad en lo que a innovación tecnológica se refiere) que hoy los operadores de telecomunicaciones incluirían en el precio de sus conexiones a Internet llamadas a fijos con una tarifa plana? Pues sí, es cierto. Hoy podemos hablar el tiempo que nos apetezca con nuestro primo de Mérida o nuestra novia de Zaragoza sin que por ello engorde la factura telefónica. Progresivamente incluyen también ofertas de llamadas a móviles y sólo el futuro dirá cómo termina esta guerra de precios y servicios.
A día de hoy los contenidos de Internet, al igual que los de la TV, son audiovisuales. Hasta que inventen (y popularicen) algo para que seamos capaces de transmitir olores, sabores u otras sensaciones podemos concluir que lo único que pueden aportarnos las más de doce mil millones de páginas web es exclusivamente información.