El correo electrónico, comentado tantas veces en esta columna, ha cambiado definitivamente nuestra forma de comunicarnos, tanto a nivel personal como profesional y, en algunos casos, los resultados han sido peores de lo esperado, no por la tecnología sino por el contenido.
Como en todo tipo de comunicado tanto personal como sobre todo profesional, hay una serie de normas a la hora de enviar mensajes por email que son tan importantes como las que deben regir una llamada a un cliente o una visita personal, por ejemplo.
En esta columna me hago eco de la última amenaza (a día de hoy, mañana habrá otra) para nuestra seguridad (y la de nuestros bolsillos en este caso) que circula por Internet. En los últimos meses cada vez tiene más difusión el fenómeno conocido como “phishing” (o “pescando”), que consiste en suplantar páginas web legítimas con otras que se les parecen mucho con el único fin de captar información sensible de los internautas.
Haciendo un poco de historia, en 1969 (también el año de nacimiento de Internet, ¿casualidad?) en los laboratorios dela empresa AT&T (de EE.UU. como casi siempre) se desarrolló el sistema operativo UNIX, orientado a grandes (y carísimos) ordenadores que pertenecían a multinacionales y gobiernos. Recordemos que el “ordenador personal” tal y como lo conocemos (es decir, que cabe en una habitación, se puede pagar sin tener que hipotecar la casa y no necesita una central eléctrica para él solo para ser alimentado) no nació hasta principios de los 80.
Terminábamos diciendo en el anterior artículo que es más que probable que se pueda localizar una versión equivalente de los programas que empleamos incluso gratis o, al menos, más barata. Con ello no quiero decir que su coste para una empresa tenga que ser necesariamente menor, eso habría que analizarlo caso por caso y lo comentaremos en otra columna en el futuro.
La gran aceptación de los programas considerados como “estándar” hace que los creadores de virus concentren sus “esfuerzos” en aprovechar sus problemas de seguridad para infectar cuantos más ordenadores mejor.
Es por todos conocido que España, en materia de tecnologías de la información y “alfabetización digital”, no es ninguna superpotencia. Desde el gobierno se ha intentado (y se intenta) incentivar la utilización generalizada de las nuevas tecnologías en todos los estamentos de la sociedad, si bien hasta la fecha los resultados no han satisfecho las expectativas. Se trabaja en ello pero bastante queda por hacer, por ejemplo tenemos una de las conexiones por ADSL más lentas y caras de Europa (en países de nuestro entorno disfrutan de velocidades de casi el doble de velocidad por la mitad de precio). Por mucho que intenten vendernos que podemos elegir el horario, la velocidad con limitaciones geográficas muy muy restrictivas (casi imposibles) o incluyan otros servicios, el hecho es que para un ciudadano “normal” con necesidades “no profesionales” de Internet, una ADSL (o cable) es bastante caro.
Desde hace algún tiempo, la capacidad de los ordenadores que aparecen en el mercado excede muchísimo las necesidades reales de cualquier usuario “normal”. El procesador, esto es, el cerebro calculador de nuestro nuevo y flamante ordenador desbordante de megahercios, estará la mayor parte del tiempo inactivo mientras visitamos una web, escribimos un email o preparamos un presupuesto. Salvo aplicaciones basadas en procesos de cálculo muy intensivos como pueden ser el tratamiento de vídeo, diseño asistido por ordenador (CAD), juegos, etc. lo más normal es que nuestro equipo esté esperando por nuestra respuesta y no al revés.