Es posible que los servicios de inteligencia nos vigilen, no lo descarto, pero me refiero con este título a los programas de ordenador espía o “spyware”. Si en números pasados hablábamos de virus y gusanos, aquí tenemos también un tipo de programas que no habría sido ningún drama si su inventor se hubiera quedado dormido el día que se le ocurrió la feliz idea.
En el artículo anterior comentábamos qué es un virus, quién los crea, qué hacen… pensaba que en el momento de escribir la segunda parte los virulentos ataques de MyDoom y familia serían sólo un (desagradable) recuerdo. Todo lo contrario. En estos días estamos precisamente sufriendo la nueva mayor epidemia de todos los tiempos y fíjense lo que son las cosas en informática: lo que escribí hace dos meses como borrador de este artículo, ya está parcialmente obsoleto.
Tranquilos, no me refiero a ninguna gripe monumental, si bien sus síntomas también son fuertes dolores de cabeza, desánimo, mareos, pérdida de memoria y dificultad para respirar, o, más bien, enormes ganas de estrangular a alguien, entre otros. Estoy hablando de virus informáticos.
¿Qué es exactamente un virus (informáticamente hablando)? Es un programa, normalmente de tamaño muy reducido, diseñado para autopropagarse tanto como sea posible (igual que sus equivalentes biológicos) pero entre ordenadores y cuyos efectos, aunque variados, podríamos calificarlos suavemente como “diseñados para molestar”.
En los últimos años hemos visto como nuevos servicios, que hasta entonces considerábamos casi como patrimonio exclusivo de la ciencia ficción, entraban en nuestras vidas. Es el caso de la televisión digital, el “pay per view” o pago por visión de eventos deportivos y películas, las videoconferencias con sonido e imagen en movimiento, navegar por una red mundial llamada Internet donde se puede encontrar virtualmente de todo y a través de la cual podemos acceder a un número creciente de servicios cada vez más útiles, cómodos, multimedia e interactivos como banca electrónica, reserva de entradas de cine y billetes de avión, juegos en red usando un ordenador o una moderna consola contra adversarios que quizá estén en las antípodas y un larguísimo etcétera. Otros están todavía por venir, por ejemplo el vídeo bajo demanda (equivalente a elegir una película en un videoclub pero sin salir de casa), televisión interactiva, telemedicina (intercambio de información médica), televigilancia (ubicar una o varias cámaras en un determinado lugar, por ejemplo una obra o una fábrica, y enviar por Internet estas imágenes en movimiento -restringiendo su visualización sólo al personal autorizado- para poder monitorizar desde cualquier parte del mundo lo que ocurre delante de las cámaras con un coste realmente bajo), interconectar distintas oficinas de una misma empresa separadas geográficamente para que puedan compartir ficheros y recursos sin emplear (costosas) líneas dedicadas, etc.
¿Qué es eso del formato MP3 del que tanto se oye? Como casi todo en Internet (empezando por la propia red), es bastante más antiguo de lo que parece y sólo en los últimos años ha obtenido una creciente popularidad.
En 1987 el Instituto alemán Fraunhofer se propuso desarrollar un método para transmitir audio en un formato digital comprimido. Diseñaron un algoritmo (codificador) capaz de comprimir el sonido sin una pérdida de calidad que el oído humano fuese capaz de apreciar. En 1992 un grupo de expertos encargados de crear estándares para la transmisión de vídeo en formato digital (el Motion Picture Experts Group –MPEG-) aprobó la tecnología y así nació el MP3.
En muchas películas se presenta el hogar del futuro como lleno de robots que nos ayudan a pasar la aspiradora, limpiar la casa o incluso preparar la comida. Estamos en el año 2003 y de momento parece que las cosas no van por ese camino. Salvo un proyecto de una importante empresa japonesa de fabricar mascotas electrónicas-robot (que de momento y en España, por lo que yo sé, no tiene demasiada aceptación todavía) la tendencia general es a crear lo que llaman “hogar inteligente”.